Víctor Jara fue otra víctima más de la espantosa dictadura militar encabezada por Augusto Ramón Pinochet Ugarte que tuvo sometido a Chile por eternos diecisiete años. Un 16 de septiembre de 1973 el cantautor, profesor y director de teatro fue asesinado de la manera más cobarde que puede existir. Pero alguien como Víctor puede ser asesinado millones de veces y su legado jamás se morirá, porque es una figura que trasciende a cualquier brutalidad. Un ser humano admirable en todo sentido.

Cuando el calendario marca el día 16 de septiembre genera tristeza en los latinoamericanos. Y como no, si eso quiere decir que se suma otro año desde la muerte de Víctor Jara.

Víctor Jara es superior

Pocas horas después de que Augusto Pinochet tomara a la fuerza el poder de Chile el 11 de septiembre de 1973, los militares fueron a buscar al músico a la Universidad Técnica del Estado. Junto a otros profesores, se lo llevaron detenido trasladándolo al Estadio Chile (hoy llamado Estadio Víctor Jara), recinto que ya estaba convertido en un centro de torturas.

Por cuatro días el nacido en San Ignacio recibió las torturas más sádicas que alguien podría imaginar. Lo quemaron con cigarrillos, lo dejaron sin comer, le cortaron su lengua, le rompieron su dedos y manos y lo sometían a unos traumáticos simulacros de fusilamiento. Otros presos que sobrevivieron y pudieron ver a Víctor entre esos días, describen que estaba en un estado indescriptible. Es que ver a un ser lleno de luz así es un contrasentido a la vida que solo algunos humanos distorsionados pueden cometer.

El sufrimiento de Jara acabó el 16 de septiembre de ese nefasto 1973, cuando lo acribillaron. Sus restos fueron encontrados días después por los vecinos de la Población Santa Olga. El cuerpo del músico registró 44 impactos de bala, una cosa de locos.

Un legado de paz

Escucharlo cantar provoca emociones poderosas. Oírlo hablar dan ganas de llorar. Cuesta imaginar que una persona tan bella haya muerto de una manera tan brutal. Fue un tipo completo: músico, director de obras de teatro, cantautor y profesor. La lírica, siempre acompañada por esa típica guitarra acústica, hablaba de lucha social, amor y hasta ciertos toques de humor. ¿Qué peligro podía representar un tipo así?.

Por eso lo recordamos con tanto cariño. “Plegaria a un labrador”, “El derecho de vivir en paz”, “El arado”. “Te recuerdo Amanda”, “El cigarrito”, “Luchín” y “Ni chicha ni limoná”. Son solo algunos de los himnos que esta leyenda nos dejó y que hasta el día de hoy siguen teniendo sentido.

Acompaña tu jornada recordando a una de las personas con ayer influencia para la música latinoamericana y mundial.

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