Los días 30 de noviembre y 1 de diciembre del año 2001 quedarán marcados en la historia del rock chileno e internacional. Los Prisioneros se volvían a reunir para dar un concierto glorioso en el mítico Estadio Nacional de Chile tras una sequía de diez largos años.

Por Jose Silva Sánchez

Pero el tiempo pareció no importar cuando se subieron al escenario frente a más de 70 mil personas, que coparon cada uno de los recitales. Lo increíble no solo fue el retorno de la banda, sino la avalancha de gente que colmó el recinto para presenciar un espectáculo que solo fue publicitado por una escueta conferencia de prensa.

Que lindo se apreciaba el pueblo apoyando a la banda, que bello era ver a Jorge con su clásico bajo repleto de calcomanías de equipos del fútbol chileno. Que majestuoso era ser testigo de que Claudio se pusiera la guitarra al hombro. Que imponente era la figura de Miguel sentado tras la batería.

Ahí estaban de nuevo, como en el rincón del ex Liceo 6 de la comuna de San Miguel de Santiago.
El público estaba extasiado tras empaparse de temas como “La Voz de los Ochenta”, “¿Por qué los ricos?” y “¿Quién mato a Marilyn?” entre tantos otros.

Eso sí faltaba la parte romántica, el amor y el desamor, el “siendo estúpido serás feliz”. Entran los primeros acordes inconfundibles de “Paramar” y, con esto, una de las imágenes más hermosas que nos dejó la música latinoamericana.

Se prendían las antorchas echas de diario que, junto a la luna llena que hizo aún más mística la noche,  iluminaron con fuego y llenaron de vida el lugar. Jorge González estaba perplejo. No lo podía creer. Hace un gesto marcando la continuidad de la introducción y, con los primeros golpes de la batería, el estadio se viene abajo con saltos y gritos que celebraban la vida, que agradecían la música.

Lo que no sabíamos a principios de los 2000 es que aquellas experiencias estaban en peligro de extinción. La tecnología, lentamente, cambió todo. Hizo de los conciertos un espacio en que lo importante no es disfrutar del escenario, sino que registrar y compartir la experiencia con los no presentes.

¿Qué pasó? ¿Cuándo la gente dejó de prestarse encendedores para centrarse en sus celulares? Pareciera ser que ahora es mas importante tener una foto y un video en el aparato (que igual lo cambiarás en unos meses) que vivir a concho los minutos entrega la música. Esos segundos que jamás se repetirán.

La tecnología cambió el mundo artístico de muchas maneras. Varias estrellas a nivel mundial, como Madonna y Jack White, se han alineado para dar un mensaje claro: No a los celulares. Le reclaman a la gente que viva el presente y que no hay mejor memoria que la que nos entregan nuestros propios ojos.

No hay dos lecturas: debemos apagar la pantalla. De hecho, algunos han prohibido el uso de móviles mediante un estuche llamado Yondr que se cierra herméticamente. Para sacarlo el usuario se tiene que acercar a una máquina especial. Puede ser excesivo, pero a fin de cuentas se agradece.

¿Podremos recuperar la mística de los shows de antes? ¿Acaso esa conexión se nos olvidó de repente? ¿En qué minuto los celulares se transformaron en un enemigo tan letal?. Existen muchas respuestas pero ninguna verdad absoluta. Lo único claro es que una y otra vez volvemos a mirar y emocionarnos con conciertos alucinantes del pasado.

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