El rock latinoamericano puede considerarse afortunado. Su firmamento está plagado de estrellas que por más que pasen los años no dejarán de brillar. Todavía disfrutamos de grandes exponentes, de genios capaces de hacer vibrar a miles de personas. Pero si nos detenemos un poco, el pánico puede alcanzarnos. ¿Quién llevará la batuta en unos quince o veinte años más?. Las bandas parecieran un ser un método obsoletos para los artistas venideros. La tecnología ha logrado que todos puedan crear “música” al instante y que ya nadie quiera someterse al liderazgo de otros.  

Los Prisioneros, Soda Stereo, Santana, Caifanes, Spinetta, Los Jaivas. Si avanzamos aparecen Los Bunkers, Zoe, PXNDX, Aterciopelados y Líbido. Después están Enjambre, Los Daniels, Surfistas del sistema, Siddharta. Se podría seguir por horas diciendo nombres al azar sin completar la lista.

Material de lujo hubo, hay y seguirá habiendo al menos por unos años. El problema es cuántos. La verdad es que si uno pesca playlists aleatorias en YouTube y Spotify de rock latino se termina yendo al pasado. Talento nuevo hay, el tema es que da la idea que estos tiempos no están para nuevos Cerati o Jorges González.

Lógico si tenemos en cuenta que el rock ya no es el género de moda. Cosa de ver las vergonzosas parrillas que festivales “importantes”, como el de Viña, proponen. 60% trap y reguetón, 30% Chayanne y cosas por el estilo. Lo que queda para el rock es escaso. Y para los nuevos nulo.

La música digital que hoy domina (lamentablemente para Latamrock) ha sido nefasta. No solo nefasta por el cuestionable mensaje que entrega y la pobre calidad de su sonido. También porque ha complejizado la entrada para los rockeros del mañana.

Cualquiera puede escribir un par de frases, hacer unas bases en algún programa, emular una guitarra y pam. Sale una canción. Perfecto para el mundo personalista en el que vivimos. Cómo puede hacer alguien con la mentalidad de Calamaro en la actualidad para reclutar a 2 o 3 tipos más y formar una banda. Para que, si los demás ya tienen todo a la mano para hacer lo que se les plazca.

La industria no se cansa inventar payasos para luego tirarlos al tacho. Sale uno, entra otro y no se acaba más. El valor agregado no es bienvenido. Y cuesta entender por qué, si los momentos más épicos de la historia han sido con un bajo, una guitarra eléctrica y una bateria arriba de un escenario. Agreguémosle un vocalista que no importa si no canta bien. Ahora no. Metámosle play back al asunto, qué importa.

Como dijo Spinetta. Si algo funciona, voy y lo copio. Si una fórmula vende saquémosle el jugo. Pero el mismo Luis Alberto fue claro. El arte y un p*** comercio son cosas distintas, no pueden convivir. ¿No suenan lejanas esas palabras?.

Dentro de la oscuridad hay luz. Eventos como el Vive Latino siguen luchando contra viento y marea para poder darle a los fanáticos algo de ese rock que tanto anhelan. Esos son los espacios que no pueden morir. México parece ser el único país de Latinoamérica capaz de darle al rock el espacio que merece. El resto debe empezar a remar urgente. No podemos permitir que se nos venga un apagón musical sin precedentes en la modernidad.

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